sábado, 28 de octubre de 2017

Los protocolos: Un lenguaje mudo y estándar, ideado para protegerse de la vida. Un texto de Silvia Navarro


El 25 de octubre, el colectivo Aldarrikatu tuvo ocasión de conversar con Silvia Navarro en torno a su último libro “Saber femenino, vida y acción social”. El encuentro tuvo lugar en el Hika Ateneo, en Bilbao.

Silvia Navarro ha desarrollado una amplia y diversa carrera profesional en el campo de la acción social, tanto a nivel local como institucional. Es trabajadora social y docente en diversas universidades, y actualmente participa como facilitadora en procesos de innovación y aprendizaje en el marco del proyecto “Rayuela Creactiva”.

En el Hika Ateneo, Bilbao

Formas alternativas de saber

En su texto, Silvia aborda la necesidad de avanzar hacia formas de saber alternativas en el campo de la intervención social. Es decir, frente a la lógica hegemónica basada en el protocolo, las normativas, el control y la vigilancia de los cuerpos bajo el dominio de una razón instrumental, (que precisamente obtiene su potencia de los cálculos, las estadísticas y el cientificismo de época), se pueden buscar otras alternativas. ¿Cómo generar una acción social que se sostenga de formas alternativas de saber? o dicho con otras palabras, ¿Cómo hacer una praxis que subvierta, en cierta medida, el discurso dominante?

El protocolo: un conjuro eficaz

“Hemos protocolarizado la vida buscando ansiosamente un conjuro eficaz que nos libere de toda responsabilidad” Silvia Navarro

Efectivamente, el furor de los protocolos viene precisamente a taponar la emergencia de un sujeto, un sujeto responsable. Tanto del lado del profesional, los protocolos tapan su angustia pero a costa de borrar su acto (clínico, educativo, social), como del lado de las personas que, por diversos motivos, nos dirigimos a una institución. Hay pues, un borramiento del sujeto y de su singularidad.

“Los trámites, los cálculos, los protocolos y las normativas lo inundan todo, llenándolo de silencio porque el suyo es un lenguaje mudo y estándar, ideado para protegerse de la vida” SN

El lenguaje de los cálculos, como señala la autora, es una lengua muda, sin palabras. Es decir, sin posibilidad de vínculo social. El silencio de las estadísticas trata de producir un discurso sin palabras, sin malentendidos, sin imposibles; una lengua positivista y total, más allá de los equívocos que constituyen al ser hablante.

La expulsión de lo distinto y la proliferación de lo igual

En su texto “la expulsión de lo distinto”, el filósofo coreano Byung-Chul Han plantea una tesis fuerte: sostiene que el capitalismo, como sistema por y para la producción, «expulsa todo lo distinto».

Lo interesante, me parece a mí, es que esto lo pone en serie con otro mecanismo del discurso, al que denomina «la proliferación de lo igual». Asistimos hoy, como señala Silvia, a un exceso de lo normativo en el campo de la acción social. Han, por su parte, plantea que este empuje hacia la igualdad es el correlato de prácticas segregativas. Este ideal de igualdad, integración, adaptación a la norma, a lo normal (que no es otra cosa que la norma estadística), orienta multitud de prácticas en el campo de la acción social.

Por supuesto, hay una versión de la igualdad de derechos con la que todos estaremos de acuerdo. Sin embargo existe, a mi parecer, un reverso de este empuje a la igualdad en las prácticas sociales. El ideal de igualdad esconde su reverso, la expulsión de lo distinto. De la misma manera, el ideal de adaptación tropieza, una y otra vez, con aquello que en cada vida humana no es adaptable ni contabilizable, ni entra en la norma, que no es otra cosa que el deseo humano.

Para entendernos, digamos que el deseo es aquello que nos humaniza, y al mismo tiempo aquello que en cada vida cojea, no encaja, tropieza y se resiste a ser adoctrinado, apresado, colonizado por los discursos de aquello que en cada momento histórico es considerado como normal (norma). El deseo no se colectiviza ni se comparte, no hay posibilidad de globalización en el campo del deseo. Es aquello irreductible que habita en cada ser, y que nos permite organizar nuestro lazo social; que es siempre particular y no globalizable. En este sentido, el deseo es íntimo e intransferible, es aquello que hay de particular en cada individuo. Nos separa y nos une; condición de posibilidad para el vínculo social. Por el contrario, estas prácticas basan su eficacia en el ideal de adaptación e integración social. “Ser-una-persona-normal” se convierte así en un imperativo que puede resultar aterrador. Lo normal, como cálculo estadístico.

Activismo vs Pasividad

En sus páginas, Silvia desarrolla una tesis sobre “el feroz activismo”, para capturar uno de los puntos de inflexión en el trabajo actual en el campo de lo social, en la relación asistencial, en el programa institucional. Ella dice “Permanecer a la escucha, a lo largo del proceso de ayuda, implica muchas veces suspender la acción, pararnos, respirar, callar, ser pacientes (…), en fin, habitar esa pasividad tan necesaria. El activismo, la acción muchas veces compulsiva, orientada a dar una respuesta rápida”.

La autora opone estos dos términos; activismo y pasividad. El concepto de pasividad resulta estructurante de cara a pensar una praxis ética en nuestra época hiper-activa. Toda práctica, bien sea educativa, social o clínica, ha de poder articularse en tres tiempos: el instante de ver, el tiempo de pensar, el acto de concluir. En ocasiones, aquellos que hacemos una praxis “algo diferente” somos “acusados” de pasivos, y no resulta nada fácil argumentar que se trata precisamente de un acto, de una acción, o de un tiempo necesario, que hay que transitar, y que no se puede violentar ni precipitar. Que dar un tiempo, escuchar, dar la palabra, son actos necesarios.

Un breve ejemplo

Atiendo a un niño (al que llamaremos Mikel), diagnosticado de autismo, que se niega a entrar en los talleres de juego de una institución. Un día, uno de los educadores le pregunta a Mikel si quiere mirar el armario de los juguetes, que está fuera del espacio de taller, y que si le parece bien, quizás podría elegir un juguete que sea de su interés.

Frente al armario, y acompañado por este educador, Mikel elige un radiocasete. Sólo entonces, Mikel decide, decididamente, cruzar el umbral de la puerta de los talleres para conectar la radio y buscar una canción, poniendo el volumen extremadamente alto. Entonces Mikel solicita a un monitor para jugar a un juego de mesa.

A partir de este acontecimiento Mikel acude a los talleres de juego, habla, hace interesantísimas elaboraciones, se divierte, juega, realizando un trabajo de gran interés para él. Ampliando su mundo y su lazo social. Siempre a condición de poner la radio, elegir una canción y subir el volumen. Hace esto de manera repetitiva.

Concluyendo

¿Qué quiero decir con esto? Que, a veces, no se trata de proponer prácticas colectivizantes, sino de dar un tiempo, escuchar, dar la palabra, y adaptarse a las condiciones subjetivas. En este caso, la condición de entrada en los talleres pasaba por darle un tiempo a este niño, no forzarlo (ante lo cual surgía inevitablemente la violencia y la injuria). Inventar una manera propia que le permite a Mikel tratar lo invasivo de las voces que le rodean.

Encontrándonos con que la elección de este sujeto por la serie radio-canción-volumen, se ha convertido en la condición de posibilidad para un trabajo muy particular. Aquel que anuda el cuerpo, la palabra y la marca de su subjetividad. Cada uno de nosotros, tenemos una relación diferente y particular al tiempo, al consentimiento, al trabajo, a las palabras, a la voz, en definitiva… al vínculo social.

Esto fue posible debido a una orientación no-segregativa por parte de los profesionales y de la institución. Es el fruto de un trabajo colectivo e interdisciplinar orientado por la singularidad, el respeto de los tiempos subjetivos y la clínica.
Cosme Sánchez

Técnico en intervención social y miembro del Colectivo Aldarrikatu

No hay comentarios:

Publicar un comentario