lunes, 30 de mayo de 2016

¿Qué es para tí acompañar, qué significa, cómo lo describirías?

Notas sobre acompañamiento social. Jornadas del Observatorio del Tercer Sector de Bizkaia
Para mi acompañar es ponerse del lado del sujeto, acompañarlo en sus invenciones particulares, en su diferencia, y en su singularidad. 
A su vez, el acompañamiento, en tanto en cuanto implica a dos personas, pone de manifiesto la necesidad de todo ser humano de dirigirnos a alguien con quien poder contar, con quien contarnos, es decir, incluirnos. Es en la relación a un otro, en la transferencia, donde cada uno de nosotros podemos producirnos como sujetos.
Una de las cuestiones que me planteaba Raul, tras su amable invitación a participar en esta mesa, tiene que ver con la sensación de que el acompañamiento es en la actualidad un concepto clave para el trabajo de las organizaciones del tercer sector. Sin embargo, señalaba Raúl, es un concepto que se puede entender de muy diversas maneras.
Efectivamente, hoy en día el acompañamiento es más que nunca una palabra vacía, en el sentido de que engloba casi todas las modalidades posibles de entender una praxis en un campo de experiencia muy diverso. Podemos, por ejemplo, llamar acompañamiento a las muy habituales prácticas de reeducación basadas en la coerción, la exigencia, el autoritarismo y el castigo (muy presentes en la red asistencial), como a otras fórmulas de acompañamiento que cuentan con el sujeto, sus derechos y sus tiempos, su capacidad para tomar decisiones y su dignidad.

En mi opinión resulta necesario situar el acompañamiento en una estructura de trabajo, en un campo de experiencia y en un trabajo colectivo en el que convergen diversas disciplinas, y que bien podría estar orientado por una ética basada en un punto central: acoger la singularidad de cada persona y su particularidad en el campo de las prácticas institucionales, que tienen, a su vez, una tendencia natural y estructural hacia la homogeneización y el borramiento de las diferencias. ¿Por qué digo esto?
Porque el acompañamiento surgió ante el fracaso de otras metodologías más rígidas donde el saber se situaba exclusivamente del lado del profesional. Ahora bien, acompañar implica deslocalizar el saber para ponerlo del lado del sujeto.
Esto requiere, por un lado, grandes dosis de humildad por parte del profesional pero también requiere de una orientación muy precisa y una práctica mas horizontal y respetuosa con las posiciones subjetivas, tanto las del propio profesional como las de las personas atendidas, así como con el respeto por los límites éticos de la acción educativa y los derechos de las personas.
¿Cómo crees que ha evolucionado el acompañamiento desde los espacios en los que has intervenido desde que comenzaste…
En la actualidad existe una peligrosa tendencia a confundir el acto terapéutico con el acto social. No se entiende que en muchos de los dispositivos de atención social se opte por unas metodologías que condicionan la estancia a unos objetivos terapéuticos, que se imponen de entrada y por igual, a cada persona, sin tener en cuenta la particularidad de cada uno. Todos estaremos de acuerdo en afirmar que el acceso a un tratamiento no debe ser tomado como condición previa y necesaria para el acceso y el mantenimiento en una vivienda social, por citar tan solo un ejemplo. Entonces ¿Por qué se exigen objetivos terapéuticos en las prácticas sociales? Es una pregunta que encierra múltiples paradojas y malentendidos.
Muchas de las prácticas sociales e institucionales que alberga la red asistencial y, en particular para personas en situación o riesgo de exclusión social se basan en modelos de reeducación y tratamiento que condicionan de manera muy notable tanto el acceso al servicio como el trabajo de acompañamiento, propiciando en multitud de ocasiones el abandono de estos programas (las conocidas expulsiones/que son modos de segregación en el interior de la institución).
Se trata, en consecuencia, de profundizar tanto en los límites éticos como en la separación necesaria que existe entre la voluntad terapéutica, a veces feroz, y la función social de acoger y alojar a aquellas personas que se encuentran en una situación extremadamente vulnerable. Mantener esta función “social” es precisamente lo que permite marcar un límite a una voluntad terapéutica que, sin este límite, arriesga transformar la institución en un lugar de alienación, improvisación y de experimentación a ultranza.
En mi opinión, esta cuestión encierra un debate fundamental que debería suscitar, cuanto menos, la inquietud de aquellos profesionales y disciplinas que concurren en el aparato de la red asistencial y los Servicios Sociales. 
        ¿Te haces preguntas, tienes dudas…
Como decía, ante este panorama, nosotros sostenemos que necesitamos un “método” y un tiempo para poder pensar: interesarnos por lo particular de las personas que atendemos y también, por qué no decirlo, de la particularidad de nuestro acto (de aquello que ofrecemos al otro para hacer posible un cierto efecto de lazo social). Poder pensar más allá de la inmediatez que tan habitualmente reina en nuestra práctica, en ocasiones secuestrándonos de nuestro propio cometido.
En este sentido, la realidad actual de muchos equipos profesionales es que ese espacio colectivo, destinado a pensar, o bien no existe o, si está previsto, acaba siendo devorado por la contingen­cia de las urgencias, de aquello del día a día que siempre se impone como un imponderable que impide realizar lo importante.
Como muestra, desde Aldarrikatu llevamos 3 años trabajando con ejemplos de nuestra práctica para poder pensar y extraer algunas orientaciones y lógicas que nos ayudan a comprender mejor nuestros actos. En el mismo sentido en la Asociación de psiquiatría comunitaria de Euskadi (OME) coordino el trabajo del grupo de educadores y salud mental en el que trabajamos los interrogantes que nos suscitan aquellos casos que atendemos, uno por uno, y esto nos sirve para construir discurso sobre nuestra práctica, poniendo a la persona y su particularidad en el centro de nuestra tarea.
Con respecto a la necesidad de hacerse preguntas, pienso que es necesario contemplar que el saber no está de entrada, tampoco es un dato, ni puede ser extraído mediante cuestionarios, entrevistas o protocolos de intervención. Para ello, es necesario pensar el saber cómo aquello que no está aún producido, elaborado, completado. Sino, más bien, como algo que está por venir, por extraer, por deducir. De esta manera es posible crear un agujero, un vacío central que aspira un saber que debe elaborarse.
En definitiva, pienso que el futuro del acompañamiento social pasa por reintroducir el interés por la singularidad y su verdad (la verdad de cada sujeto), o tomar otro tipo de caminos, mas del lado del control social, la gestión de categorías poblacionales diversas, la evaluación, la prevención, la salud, en definitiva, el orden público. Para esto es necesario, y con esto termino, alejarse de las categorizaciones de usuarios. La práctica del uno por uno, del caso por caso, pone un límite a las propuestas universalizantes animadas por una lógica colectivizante, del estilo, "tipo" de usuarios, "tipo" de sujetos, “tipo” de educadores sociales, etc.
Por otra parte, en nuestro contexto, podemos pensar que la relación asistencial tal y como hoy la conocemos responde, en gran medida, a unos rasgos. Destacaré tan solo tres de ellos:
1.     La pérdida de calidad y cantidad del vínculo profesional-sujeto. Que se ha transformado en un encuentro cada vez más fugaz, de corta duración y siempre con la mediación de alguna tecnología (Ordenador, pruebas, informes, bases de datos, protocolos, prescripciones…). 
2.     El aumento notable de la burocracia en los procedimientos asistenciales. La cantidad de informes, evaluaciones, cuestionarios, aplicaciones, que un profesional debe rellenar, superan ya el tiempo dedicado a la relación asistencial propiamente dicha.
3.     La coordinación entre profesionales y recursos queda reducida al intercambio ocasional de informes, conversaciones telefónicas o emails, cuyo principal eje y sostén es la derivación.
Estas características configuran una nueva realidad marcada por una pérdida notable. La que se deriva de la sustitución del propio juicio de los profesionales (elemento clave en la praxis) en detrimento del protocolo monitorizado. Como correlato a este hecho tenemos la reducción del sujeto atendido a un elemento sin propiedades específicas (homogéneo, contable y categorizado).
Como alternativa propongo pensar en modos de tratar la red asistencial, de manera que esta pueda adaptarse a la singularidad de cada persona y no al revés. Esta modalidad de trabajo desplaza la pregunta sobre el sujeto hacia la pregunta sobre la red. Me explico, podemos pensar que en ocasiones no se trata tanto de “tratar” al sujeto, sino de tratar la red, la institución, el servicio. En determinados casos, podemos observar como modificando en algo la posición que ocupamos los profesionales y servicios, esto permite que la persona a la que atendemos pueda, a su vez, afrontar sus dificultades de una manera más satisfactoria. Es lo que se conoce como la “práctica al revés” (Di Ciaccia, 2001) que, a grandes rasgos, apunta en la dirección de tratar la institución, su atmósfera y su función, para que en consecuencia ésta sea capaz de acoger la singularidad de cada persona y acompañarla en sus diversos avatares. 
 Cosme Sánchez
Técnico en intervención social




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