Notas sobre acompañamiento social.
Jornadas del Observatorio del Tercer Sector de Bizkaia
Para
mi acompañar es ponerse del lado del sujeto, acompañarlo en sus invenciones
particulares, en su diferencia, y en su singularidad.
A su vez, el acompañamiento, en tanto en
cuanto implica a dos personas, pone de manifiesto la necesidad de todo ser
humano de dirigirnos a alguien con quien poder contar, con quien contarnos, es
decir, incluirnos. Es en la relación a un otro, en la transferencia, donde cada
uno de nosotros podemos producirnos como sujetos.
Una de las cuestiones que me planteaba Raul, tras su
amable invitación a participar en esta mesa, tiene que ver con la sensación de
que el acompañamiento es en la actualidad un concepto clave para el trabajo de
las organizaciones del tercer sector. Sin embargo, señalaba Raúl, es un
concepto que se puede entender de muy diversas maneras.
Efectivamente, hoy en día el acompañamiento es más que
nunca una palabra vacía, en el sentido de que engloba casi todas las
modalidades posibles de entender una praxis en un campo de experiencia muy
diverso. Podemos, por ejemplo, llamar acompañamiento a las muy habituales
prácticas de reeducación basadas en la coerción, la exigencia, el autoritarismo
y el castigo (muy presentes en la red asistencial), como a otras fórmulas de
acompañamiento que cuentan con el sujeto, sus derechos y sus tiempos, su
capacidad para tomar decisiones y su dignidad.
En mi opinión resulta necesario situar el
acompañamiento en una estructura de trabajo, en un campo de experiencia y en un
trabajo colectivo en el que convergen diversas disciplinas, y que bien podría
estar orientado por una ética basada en un punto central: acoger
la singularidad de cada persona y su particularidad en
el campo de las prácticas institucionales, que tienen, a su vez, una tendencia
natural y estructural hacia la homogeneización y el borramiento de las
diferencias. ¿Por qué digo esto?
Porque el acompañamiento surgió ante el fracaso de
otras metodologías más rígidas donde el saber se situaba exclusivamente del
lado del profesional. Ahora bien, acompañar implica deslocalizar
el saber para ponerlo del lado del sujeto.
Esto requiere, por un lado, grandes dosis de humildad
por parte del profesional pero también requiere de una orientación muy precisa
y una práctica mas horizontal y respetuosa con las posiciones subjetivas, tanto
las del propio profesional como las de las personas atendidas, así como con el
respeto por los límites éticos de la acción educativa y los derechos de las
personas.
¿Cómo crees que ha evolucionado el
acompañamiento desde los espacios en los que has intervenido desde que
comenzaste…
En la actualidad existe una peligrosa
tendencia a confundir el acto terapéutico con el acto social. No se entiende
que en muchos de los dispositivos de atención social se opte por unas
metodologías que condicionan la estancia a unos objetivos terapéuticos, que se
imponen de entrada y por igual, a cada persona, sin tener en cuenta la
particularidad de cada uno. Todos estaremos de acuerdo en afirmar que el acceso
a un tratamiento no debe ser tomado como condición previa y necesaria para el
acceso y el mantenimiento en una vivienda social, por citar tan solo un
ejemplo. Entonces ¿Por qué se exigen objetivos terapéuticos en las prácticas
sociales? Es una pregunta que encierra múltiples paradojas y malentendidos.
Muchas de las prácticas sociales e
institucionales que alberga la red asistencial y, en particular para personas
en situación o riesgo de exclusión social se basan en modelos de reeducación y
tratamiento que condicionan de manera muy notable tanto el acceso al servicio
como el trabajo de acompañamiento, propiciando en multitud de ocasiones el
abandono de estos programas (las conocidas expulsiones/que son modos de
segregación en el interior de la institución).
Se trata, en consecuencia, de profundizar
tanto en los límites éticos como en la separación necesaria que existe entre la
voluntad terapéutica, a veces feroz, y la función social de acoger y alojar a
aquellas personas que se encuentran en una situación extremadamente vulnerable.
Mantener esta función “social” es precisamente lo que permite marcar un límite
a una voluntad terapéutica que, sin este límite, arriesga transformar la
institución en un lugar de alienación, improvisación y de experimentación a
ultranza.
En mi opinión, esta cuestión encierra un
debate fundamental que debería suscitar, cuanto menos, la inquietud de aquellos
profesionales y disciplinas que concurren en el aparato de la red asistencial y
los Servicios Sociales.
¿Te
haces preguntas, tienes dudas…
Como decía, ante este panorama, nosotros sostenemos
que necesitamos un “método” y un tiempo para poder pensar: interesarnos por lo
particular de las personas que atendemos y también, por qué no decirlo, de la
particularidad de nuestro acto (de aquello que ofrecemos al otro para hacer
posible un cierto efecto de lazo social). Poder pensar más allá de la
inmediatez que tan habitualmente reina en nuestra práctica, en ocasiones
secuestrándonos de nuestro propio cometido.
En este sentido, la realidad actual de muchos equipos
profesionales es que ese espacio colectivo, destinado a pensar, o bien no
existe o, si está previsto, acaba siendo devorado por la contingencia de las
urgencias, de aquello del día a día que siempre se impone como un imponderable
que impide realizar lo importante.
Como muestra, desde Aldarrikatu llevamos 3 años
trabajando con ejemplos de nuestra práctica para poder pensar y extraer algunas
orientaciones y lógicas que nos ayudan a comprender mejor nuestros actos. En el
mismo sentido en la Asociación de psiquiatría comunitaria de Euskadi (OME)
coordino el trabajo del grupo de educadores y salud mental en el que trabajamos
los interrogantes que nos suscitan aquellos casos que atendemos, uno por uno, y
esto nos sirve para construir discurso sobre nuestra práctica, poniendo a la
persona y su particularidad en el centro de nuestra tarea.
Con respecto a la necesidad de hacerse preguntas,
pienso que es necesario contemplar que el saber no está de entrada, tampoco es
un dato, ni puede ser extraído mediante cuestionarios, entrevistas o protocolos
de intervención. Para ello, es necesario pensar el saber cómo aquello que no
está aún producido, elaborado, completado. Sino, más bien, como algo que está
por venir, por extraer, por deducir. De esta manera es posible crear un
agujero, un vacío central que aspira un saber que debe elaborarse.
En definitiva, pienso que el futuro del acompañamiento
social pasa por reintroducir el interés por la singularidad y su verdad (la
verdad de cada sujeto), o tomar otro tipo de caminos, mas del lado del control
social, la gestión de categorías poblacionales diversas, la evaluación, la
prevención, la salud, en definitiva, el orden público. Para esto es necesario,
y con esto termino, alejarse de las categorizaciones de usuarios. La práctica
del uno por uno, del caso por caso, pone un límite a las propuestas
universalizantes animadas por una lógica colectivizante, del estilo,
"tipo" de usuarios, "tipo" de sujetos, “tipo” de educadores
sociales, etc.
Por otra parte, en nuestro contexto, podemos pensar
que la relación asistencial tal y como hoy la conocemos responde, en gran
medida, a unos rasgos. Destacaré tan solo tres de ellos:
1. La
pérdida de calidad y cantidad del vínculo profesional-sujeto. Que se ha
transformado en un encuentro cada vez más fugaz, de corta duración y siempre
con la mediación de alguna tecnología (Ordenador, pruebas, informes, bases de
datos, protocolos, prescripciones…).
2. El
aumento notable de la burocracia en los procedimientos asistenciales. La cantidad
de informes, evaluaciones, cuestionarios, aplicaciones, que un profesional debe
rellenar, superan ya el tiempo dedicado a la relación asistencial propiamente
dicha.
3. La
coordinación entre profesionales y recursos queda reducida al intercambio ocasional
de informes, conversaciones telefónicas o emails, cuyo principal eje y sostén
es la derivación.
Estas características configuran una nueva realidad
marcada por una pérdida notable. La que se deriva de la sustitución del propio
juicio de los profesionales (elemento clave en la praxis) en detrimento del
protocolo monitorizado. Como correlato a este hecho tenemos la reducción del
sujeto atendido a un elemento sin propiedades específicas (homogéneo, contable
y categorizado).
Como alternativa propongo pensar en modos de tratar la
red asistencial, de manera que esta pueda adaptarse a la singularidad de cada
persona y no al revés. Esta modalidad de trabajo desplaza la pregunta sobre
el sujeto hacia la pregunta sobre la red. Me explico, podemos pensar que en
ocasiones no se trata tanto de “tratar” al sujeto, sino de tratar la red, la
institución, el servicio. En determinados casos, podemos observar como
modificando en algo la posición que ocupamos los profesionales y servicios,
esto permite que la persona a la que atendemos pueda, a su vez, afrontar sus
dificultades de una manera más satisfactoria. Es lo que se conoce como la
“práctica al revés” (Di Ciaccia, 2001) que, a grandes rasgos, apunta en la
dirección de tratar la institución, su atmósfera y su función, para que en
consecuencia ésta sea capaz de acoger la singularidad de cada persona y
acompañarla en sus diversos avatares.
Cosme Sánchez
Técnico en intervención social
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